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Autismo y los "Imperdibles de la Infancia"


Lo deseable es que todos tengamos recuerdos mágicos de nuestra infancia. Yo en eso me considero una privilegiada ya que tuve una infancia muy feliz, muy sana, y la solidez y confianza que gané en esa etapa formativa me ha sido muy útil para mi vida adulta. Y evidentemente uno quiere replicar esos momentos felices, esa magia, la ilusión y los sueños infantiles en la vida de nuestros hijos. Y por eso, uno se esfuerza desde muy pequeños a que tengan el cumpleaños más hermoso, y la mejor de las navidades, y esperas ver la carta al Viejito Pascuero, su emoción al abrir los regalos, o sus caritas sorprendidas cuando encuentren el dinero bajo la almohada cuando se les cayó el primer diente, o que disfruten contigo de la belleza de los fuegos artificiales de año nuevo…..

Pero resulta que tu hijo, es diferente. No tiene el más mínimo interés en las fiestas. De hecho, detesta a los payasos y todo ser disfrazado. No le interesan los regalos, ni siquiera los juguetes, (le llama más la atención la ropa, sobre todo si es de los colores que le gustan). Prefiere jugar a estirar los papeles de regalo y alinear las cintas. Le celebras el cumpleaños año a año, y él permanece ausente, no juega, o incluso se molesta ante el ruido, la música, la invasión de sus espacios. No tolera que le pongan un gorrito en la cabeza, o le canten al unísono cumpleaños feliz, y termina por huir de los invitados. Para Navidad, no le interesa el Viejo de Pascua, (por el contrario, lo evita) y hay que forzarlo a abrir los regalos, por los que no tiene ningún aprecio y menos ilusión. Los dientes caen, sin pena ni gloria, ya que no hay interés alguno en alguna recompensa por guardarlos. (el primer diente que se le cayó a Vicente lo botó al wáter). Los fuegos artificiales lo alteran ya que sensorialmente son invasivos…. Y así, mil historias que las mamás como yo, podrían pasar horas contando….

En mi caso, me esforcé durante años por cumplir con todos los “imperdibles de la infancia”. Años inflando globos, que solo provocaban una crisis por el ruido que genera el reventarlos, años invitando a hijos de amigos nuestros que acompañaran las celebraciones ya que Vicente no tenía sus propios amigos, años luchando porque usara el gorrito cumpleañero, abriera los paquetes de navidad con la familia, y tomando fotos con el detestado viejito Pascuero. Hasta que, en el último cumpleaños que le celebré (el décimo) Vicente simplemente hizo una crisis brutal, provocada por la invasión de su espacio, el ruido, el exceso de requerimientos (“siéntate con los amigos, sácate una foto con la tía, sonríe, sopla las velas, abre el regalo, da las gracias etc, etc, etc”), y decidimos no volver a presionarlo más con los “imperdibles infantiles". Hicimos la reflexión, de que todas estas ocasiones, jamás le habían brindado a Vicente ningún minuto de felicidad, por el contrario, esas fechas como cumpleaños, navidades, año nuevo, solo eran para él motivo de estrés. Que era entendible que hubiéramos insistido en hacerlo participar, por si algún día descubría la magia, pero ya era hora que asumiéramos que eso no iba a pasar.

Un día descubrí que el ritual de inflar los globos, hacer invitaciones, organizar una linda fiesta, era para sentirme una mamá ordinaria. Que celebraba el cumpleaños de su hijo como cualquier otra. Descubrí, que cumplir con los rituales de los “imperdibles de la infancia” era para tranquilizarme a mí misma, y a la sociedad, de que, como madre, estaba satisfaciendo los requerimientos básicos de la infancia de todo niño. Y me pregunté… ¿qué sabe la sociedad de lo que mi hijo necesita y quiere?

El cumpleaños N° 11 de Vicente consistió en una ida a Fantasilanda y luego una reunión familiar con su padre y familia (ya habían nacido Luka y Amelie) y nosotros (ya había nacido Daniela). Vicente fue absolutamente feliz. Desde ese día, el papá de Vicente no falla en llevarlo a Fantasilandia todos los años, y luego la reunión familiar con una pequeña torta. Y en las siguientes Navidades, si no quería abrir los regalos, se los abríamos nosotros, y si para el año nuevo quería acostarse a dormir a las 9 pm del 31 de diciembre, nadie le puso nunca más problemas.

Pero resulta que Vicente creció. Ya tiene 17, y ahora sí le gustan las fiestas. Con música y baile, y harta comida. Y ahora sí tiene amigos. Sus compañeros del Colegio de María. Y le gusta abrir regalos (sobre todo si es ropa ya que le encanta vestirse y verse guapo). Por lo que probablemente tendremos que evaluar su próximo cumpleaños. Ya les contaré que pasa.

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